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Diferencia entre literatura y subliteratura

Diferencia entre literatura y subliteratura

Información Tania Soberanis.

Diferencia entre literatura y subliteratura
Julio Cortázar

 

Diferencia entre literatura y subliteratura:

“Cuando se trata de obras de ficción como la novela o el cuento, los lectores tienden muchas veces a tomar los libros como quien admira o huele una flor sin preocuparse demasiado por la planta de la cual ha sido cortada esa flor”

Cortázar. 1980

 

 

 

Diferencia entre literatura y subliteratura
Aristóteles

El gran filósofo clásico Aristóteles, según se dice, definió a la Literatura, como: el “arte de la palabra”; proviene de la palabra latina <<littera>> que quiere decir letra o escrito (Ramos, Herlinda et, al. 20210). Entendiendo la palabra desde esa perspectiva es que podemos escuchar en algunas ocasiones expresiones, como: “La biblioteca central tiene mucha literatura al respecto”, “Yo tengo mucha literatura sobre medicina (o física, matemáticas, química, etc.)”, porque el término se suele usar como sinónimo de libro.

 

Sin embargo, cuando nos referimos a la Literatura, como Bella Arte, se dice que es una manifestación intuitiva del sentimiento por medio de la palabra hablada o escrita que, siguiendo a Herlinda Ramos (et, al. 2010), es el “arte de creación estética de componer obras”, estética, en cuanto sigue algunas reglas ornamentales que la hacen bella. Pensemos en algunos poemas y canciones escritos en verso que, a simple vista, cuentan con una estructura visual que nos dan la idea de qué tipo de texto se trata, ya sea, porque están escritos en estrofas y versos (renglones cortos, que forman párrafos cortos, en muchas ocasiones), pero que, además, tienen musicalidad, ritmo y rimas, como: el Himno Nacional Mexicano. No obstante, aún nos enfrentamos a la literatura escrita en prosa, es decir a renglón seguido.

 

Según el escritor Joaquín Xirau “la Literatura, como arte, es una de las formas más altas de la conciencia, es una forma de conocimiento y autorreconocimiento”, lo primero en cuanto el autor trata de plasmar lo que ve y comprende de su realidad, lo segundo cuando el lector de una obra se reconoce en la otredad.
De este modo, la literatura no solo refleja al mundo exterior, sino que actúa como un espejo en el que el lector puede verse desde una nueva perspectiva, a través de los ojos de los otros. Al identificarse con personajes distintos, con contextos ajenos o incluso con culturas lejanas, el lector experimenta un proceso de descentramiento que le permite salir de sí mismo y habitar temporalmente otras realidades. En este sentido, la otredad no se presenta únicamente como una distancia o una barrera, sino como una posibilidad de empatía, de transformación interna y de ampliación del horizonte propio.

 

Diferencia entre literatura y subliteratura

 

La experiencia literaria, entonces, se convierte en un espacio privilegiado para cuestionar lo propio, para dialogar con lo diferente y para reconocer que lo que parece ajeno también forma parte de nuestra humanidad compartida. Así, el lector no solo comprende al otro, sino que se reconfigura a sí mismo a partir de ese encuentro.
Sin embargo, para que esta experiencia de autoconocimiento y encuentro con la otredad sea posible, es necesario hacer una distinción fundamental: no todo lo que se publica o se consume masivamente bajo el nombre de “literatura” cumple esta función transformadora. Aquí es donde conviene diferenciar entre literatura y subliteratura.
Para diferenciar lo qué es Literatura, de lo qué es la subliteratura (mejor conocida como bestseller o literatura light) no debemos ser especialistas en el tema, es más bien una cuestión sobre lo que plantea la historia, de dónde surge y para qué.

Mientras que la literatura —en su sentido más pleno— apela a una profundidad estética, ética y humana, la subliteratura suele limitarse a fórmulas repetitivas, estereotipos y relatos vacíos de complejidad. La primera interpela al lector, lo desafía, le plantea preguntas incómodas y le permite reconocer(se) en el otro; la segunda, en cambio, tiende a confirmar prejuicios, a ofrecer entretenimiento fácil y a evitar cualquier confrontación crítica con la realidad.
Esto no significa despreciar el placer de leer por mero disfrute —placer y profundidad no están reñidos—, sino reconocer que no toda escritura que se consume masivamente tiene un verdadero valor literario. En tiempos donde el mercado editorial y las redes sociales elevan al estatus de “literatura” a todo lo que se vuelve viral o comercial, es urgente reivindicar una lectura consciente, capaz de discernir entre lo que simplemente entretiene y lo que realmente enriquece.

 

Diferencia entre literatura y subliteratura

 

Por ejemplo, muchas obras pertenecientes a los géneros narrativo y dramático —tanto dentro de la literatura como de la subliteratura— comparten un rasgo común: la ficcionalidad. Entendiendo la ficción como invención, reconocemos que personajes, acciones, ambientes y otros elementos suelen surgir de la imaginación del autor. Sin embargo, lo que realmente diferencia una obra literaria de una subliteraria no es solo el nivel de invención, sino el propósito que guía esa creación.
He aquí la cuestión: mientras que algunos autores buscan únicamente entretener o vender millones de ejemplares, otros escriben desde un compromiso más profundo con la realidad, desde lo que yo llamo: la denuncia.

 

No es lo mismo leer la saga de Harry Potter de Joanne Rowling que adentrarse en las novelas de Gabriel García Márquez. Aunque ambas pueden ser consideradas narrativas exitosas, difieren profundamente en su función y profundidad. Rowling nos presenta un universo fantástico, donde un joven con habilidades mágicas debe enfrentarse al mal. El relato, aunque emocionante, gira en torno a un mundo completamente ficticio donde los valores de amistad, valentía y confianza se exploran dentro de un marco mágico. Si bien cumple una función lúdica y emocional, su finalidad no es interpelar al lector desde lo social o lo histórico, sino transportarlo a otro universo.

 

Diferencia entre literatura y subliteratura
Gabriel García Márquez

 

García Márquez, en cambio, construye ficciones que parten de realidades concretas. Sus personajes y tramas, aunque ficticios, nos devuelven una imagen incómoda, reflexiva, a veces brutal, de nuestra propia sociedad. Leer El coronel no tiene quien le escriba o Cien años de soledad no es solo adentrarse en una historia, sino enfrentarse a temas como la soledad, la injusticia, la violencia, la religión, el amor y el poder.

 

Un caso especialmente ilustrativo es Crónica de una muerte anunciada (1981), inspirada en un hecho real ocurrido en Colombia en 1951. Esta novela no solo relata el asesinato de Santiago Nasar —evento que se nos revela desde el título—, sino que nos sumerge en una comunidad dominada por el honor, la superstición, el machismo y la pasividad colectiva. Como lector, uno no puede evitar el desconcierto: todos sabían que lo iban a matar, y sin embargo nadie hizo nada. Esa incomodidad, ese “ruido emocional” que genera la obra, es lo que marca la diferencia entre una ficción hecha para el consumo masivo y una literatura que busca incomodar, sacudir, y tal vez transformar.

 

Puedo decirlo por experiencia propia: la primera vez que leí esta novela fue en la secundaria, y me dejó perturbada; luego, como docente, al trabajarla con mis estudiantes, veo cómo los confronta, cómo los hace cuestionarse sobre el honor, la religión, la justicia y la moral. Esa es la función de la gran literatura: no confirmar nuestras ideas, sino ponerlas en jaque.
En tiempos donde la velocidad y la cantidad parecen imponerse sobre la profundidad y el contenido, es fundamental reivindicar el papel de la literatura como espacio de conciencia, memoria y crítica social. Leer no es solo un acto de evasión, sino también un acto político, un ejercicio de empatía y, sobre todo, de humanidad. No se trata de censurar la fantasía, sino de reconocer su lugar sin perder de vista el valor insustituible de la literatura que nos incomoda, que nos confronta y que, a fin de cuentas, nos revela.

 

En tiempos donde lo comercial se impone sobre lo estético, y donde el mercado editorial aplaude lo que más se vende en lugar de lo que más se piensa, es urgente reivindicar el papel de la literatura como espacio de conciencia, memoria y crítica social. Leer no es solo un acto de refugio, sino también un acto político, un ejercicio de empatía y, sobre todo, de humanidad.
No se trata de despreciar la fantasía ni de negar el valor de la imaginación; se trata de reconocer qué tipo de lectura nos transforma y cuál solo nos entretiene. Porque, al final, leer no es solo pasar páginas, sino permitir que esas páginas pasen por nosotros.